De José Manuel Molina
Cogió su fusil y disparó la palabra, impactando en las mentes cerradas, vacías, sin alma, que, cuando pueden, se evaden hacia mundos insólitos. El dueño del fusil era capaz de ir allí y regresar sano y salvo, pues sabe pensar y reflexionar sin que su mente quede hecha trizas por los lamentos del contexto en el que le tocó vivir. El resto de individuos observaban atentos su andar, su caminata. Mientras, las nubes negras, que solían permanecer en lo más alto, esperaban a que aquel señor pasara para, así, poder lanzar la lluvia contra él, intentando destruir su alma, que había resistido todas las desidias del mundo pensante y coherente. ¿Qué se necesita? Solo una idea y la palabra. A partir de ahí, todo llega.
En cuanto la masa, que en realidad es un conjunto de individuos que actúan solos en el mundo, se disperse hacia las orillas del abismo, John cogerá su fusil y disparará ideas contra ellos, que estarán empezando a darse cuenta de que no necesitan tanto para tenerlo todo, solo una pizca de verdad desde una visión rebelde pero feliz al mismo tiempo. Si no, solo quedaría el amargor en nuestra sangre, y eso no lo quiere nadie, o, por lo menos, nadie debería quererlo, por mucha necesidad de afán de pobreza existencial que requiera. Después de la idea, llegó la palabra. Esta se hizo paso con gran fervor entre la multitud, que esperaba a un líder, un soberano, una persona astuta que pusiera los puntos sobre las íes, que llenara de ilusión a la muchedumbre, que estaba repleta de podredumbre, pues tantos años de lumbre en sus carnes habían dejado calcinadas sus ganas de volar, que estaban intentando salir para respirar el aire limpio que sale desde la montaña, una montaña grande que contempla, sin hacer alusión a ninguna serie animada, a un pueblo que se mata por saber quién es el más prestigioso, el más guapo, el más listo, el más alto…
Cambio de tercio. Ahora me dirijo a ti, lector, que pasas horas y horas delante de la pantalla de un móvil o de un ordenador esperando a que ocurra algo insólito en tu vida, algo inimaginable. Que ya lo sé, que te montas tus historias, que crees que eres el protagonista de la película y que, por lo tanto, todo gira en torno a tu persona. Acabo de definirte. Lo he hecho porque me apetecía, no busques otra explicación, gracias. Tampoco le busques sentido a los dos primeros párrafos de este texto porque no lo tienen. Lo único que necesito es que fluyas con el texto. Hazme ese favor y sé partidario de mi propia evasión. Las palabras que ves están saliendo solas, casi a la misma velocidad a la que estás leyendo este artículo. Te pido que disfrutes y que continúes. No hagas fuerza con la mente para buscar una finalidad o un mensaje encubierto en este artículo. No reflexiones, tampoco te lo pido. Solo lee. Sumérgete entre las palabras como si no fueras a salir de ellas jamás. Ponte una buena canción de fondo. Algo de música clásica o la banda sonora de una película de culto. Siempre ayudan a relajarte y a disfrutar. Sin gastar energía. Yo, ahora mismo, mientras escribo esto que parece que sigues leyendo, estoy escuchando “Claro de Luna”, de Beethoven. Me tranquiliza y me hace alejarme por un momento de la realidad. Huyo de la miseria humana, de la destrucción, de la guerra que veo por la televisión, de las mentes vacías, de las personas sin alma, de la falta de verdad y del imperio de la mentira. Mira, ¿no me ves? Estoy flotando en tu habitación. Voy deprisa, como si hubiera sido disparado por una escopeta. Qué bonito. La inmensidad del tiempo. Parece que todo acaba. El único que se libra es el tiempo, pues es eterno, o eso parece al menos. Te imaginas que el tiempo no existiera. Si el tiempo no existe, la vida tampoco. Esta solo puede desarrollarse en un lugar. Y ese lugar es, sin duda, el tiempo.
Qué maravillosos son los lugares, tanto los físicos como los imaginarios. El tiempo es imaginario, así que tampoco puedo afirmar su existencia en este mundo porque no lo he visto jamás. Por esa regla de tres, debería empezar a negar la existencia de cosas como la paz, la buena fe humana, los valores o, incluso, el propio Dios. Pero creo que es hora de acabar y de regresar. Ya está bien por hoy. ¡Me voy a la realidad! ¿Ves? Estoy bien. Acabo de llegar de un mundo insólito y no me ha pasado nada. Soy un gran viajero. ¿Llevo todo en la mochila? Sí, no se me ha olvidado nada, aunque, si se me olvidara algo, me daría igual. Ya no tengo nada que perder. Lo único que me queda es mi propia persona y este viejo fusil que guardo en mi propia mochila. Fusil, no me faltes nunca, enserio te lo digo. No te entretengo más, ya es hora de dormir. ¡Ah! ¡Espera! Se me ha olvidado presentarme. Me llamo John, encantado de conocerte.
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