De Un diferente infeliz.
Raro. Raro es el adjetivo más utilizado por los que me conocen para describir mi manera de ser, de pensar y de actuar. Raro, extraño, extravagante, peculiar, curioso, inusual o fuera de lo normal son algunas de las expresiones más utilizadas para describir mi apoyo incondicional a la legitimidad al trono de Don Carlos de Borbón; para describir la existencia del mítico superhéroe Capitán España o del pedófilo usuario de Club Penguin, Paco Pedófilo; de mi uso de vocablos propios de un lenguaje que no podría definirse de ninguna otra manera que no fuera pedante; de mi apoyo a las teorías reptilianas, de nuevos órdenes mundiales que interactúan con entes extraterrestres, intraterrestres o interdimensionales que intentan dominar el mundo a través de este sistema; de mi gusto por las canciones cantadas o dobladas por artistas cuyas edades oscilan entre los 11 y los 74 años (véase Ariann Music o Raphael); y finalmente, pero no menos importante, de mi rechazo, inconformismo y desagrado con la sociedad superficial, consumista e insensitiva en la que estamos sumergidos y que, sin duda alguna, continúa expandiéndose perturbando las mentes de los más jóvenes y que, siento decir con mucho desánimo, no creo que pueda extinguirse jamás.
Diferente. Diferente, especial, loco, único soy.
- ¿Único?
- Tristemente sí.
- ¿Tristemente?
Tristemente, desgraciadamente, desafortunadamente, como usted quiera llamarlo. Tristemente porque, porque… porque no me importa lo que la gente piense de mí, de cómo actúo o de cómo pienso. Sé que lo que hago lo hago con una finalidad última y enmascarada: ser feliz.
- ¿Pero acaso no es feliz la gente que piensa diferente a usted porque yo los veo sonreír, divertirse, llorar de la risa, bailar, cantar, besarse, amarse…
No, no lo es – amarse dice, sonrío con mis propias ocurrencias (o delirios, si quiere usted tratarme de loco antes de haber acabado tan siquiera con el infinito pensamiento que estoy plasmando aquí en unas cuantas líneas).
No, no son felices porque su felicidad es tan solo un falso estado ánimo que se basa y apoya en una suma de farsas de conveniencia e interés, de sentimientos que no hacen honor a su nombre (pues casi nadie siente de verdad ya), de gente que nunca se pregunta ya o que no habla consigo mismo, de gente que ya no entrega su corazón.
Eso último, mejor ahorrárselo, pero total, qué voy a saber yo si apenas tengo 18 años recién cumplidos y aún no me ha pasado nada que incluya la palabra amor en su definición.
Demasiado pienso yo estas cosas, demasiado sueño me ha quitado estas sandeces, demasiado he perdido ya por creer en que esta sociedad enferma podría tener cura. Mucho me temo que la enfermedad es incurable y que su muerte está sellada. La única forma de librarse de la enfermedad es salir de la propia sociedad. Despertar, renacer y volver a reencontrarse con uno mismo fuera de ella. Y no lo digo tan solo a nivel social, sino también a nivel político y económico. Porque demasiada buena fe se ha puesto ya y sus resultados no han llegado mas que a “cambiar” (si es que se ha llegado a hacerlo) a un nivel muy particular, muy lejos del nivel global que tanto me interesa.
Necesitaba ordenar mis pensamientos y, aunque me he dejado muchos detalles en el tintero, este es, a grandes rasgos, mi pesimista pensamiento que no tiene la intención de absolutamente nada más que reafirmar mi particular ideología. Si alguien (más lejos de aquellos de aquellos que sé que van a leer esto) llega a terminar de leer mi escrito y reflexiona sobre él mismo, espero que empiece a pensar de verdad cuál es la verdadera felicidad y, aunque estoy seguro de que el 99,99999% de vosotros no incluyáis jamás ninguna de mis disparatadas ideas de seres de otros mundos, deseo de verdad que los dos nos refiramos a la misma felicidad cuando hablemos de ella partir de ahora.
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