De Ramón Castro
Vivo en un edificio tremendo. Todos los días me cruzo con Rodrigo y Mario, los inseparables vecinos del primero, alegres, siempre con una sonrisa. En la puerta, los espera Marius, un tipo grande. Noble. A Roberto, incombustible, me lo encuentro normalmente en el portal, junto con el nuevo inquilino del ático C, un tal Fernando, un tipo escurridizo, aunque de fiar. Las vecinas del segundo B, Ainoa y Laura, andan a las suyas mientras la Santísima Trinidad, María, Paloma y Patricia, se ríen bajo cuerda de la última trastada de un tal Juan que, despistado, había quedado con María Luisa hace dos horas para ver el piso tercero que alquila un tal Chema, propietario de varias fincas en el edificio. Un tipo adinerado, dicen. Sal y algo de perejil ha venido a pedirme la nueva del quinto. Bily se llama, por lo visto. Algo tímida, venía acompañada de María, la chica de la familia del tercer piso, muy maja. Eso sí, cuando salía esta mañana por el portal, me ha dicho Carmen que tenemos un nuevo vecino en el sexto A, un tal Jesús, que aún no hemos podido catalogar. Lucía, la compi de Carmen, dice que parece majo. Será porque ha hecho buenas migas con las del segundo tercera, Rocío y Laura. Por cierto, Laura’s se tenía que llamar el edificio, que para eso tenemos otra más. La del cuarto, Laura, majísima. Va a lo suyo y siempre tiene buenas palabras cuando coincide contigo en la escalera. Como Nuria, que compró el quinto C hace dos años y nunca esconde su sonrisa, fabulosa. Lo dicho, un edificio tremendo. De los mejores en los que he trabajado. Lo dice el conserje, que los ve pasar a diario durante los dos últimos años. Un servidor, Ramón. Y a estos, mis vecinos queridos, les deseo lo mejor para siempre. Que lo sean, porque son tremendos.
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