La La Land, o cómo no juzgar un libro por su portada

De Jesús García

No sé dónde ni en qué momento visualicé el tráiler en español de La La Land, pero sí recuerdo qué fue lo que anidó en mi cabeza en aquel instante: otro musical no apto para diabéticos sobre lo bonito que es el amor y la superación. Por supuesto, desconocía que llevaba ya tiempo estrenada en Estados Unidos y que allí había sido un grandísimo éxito. Por ende, tampoco sabía cuáles habían sido las críticas ni cuáles los análisis, esos que algunas personas veneran y adoptan como opinión propia sin siquiera pensárselo.

 

 

Pasaron las semanas y la cinta vio la luz en España. Cuál fue mi sorpresa cuando aquella mañana, en la ya rutinaria ojeada a las redes sociales antes incluso de haber efectuado el primer bostezo del día, una horda invadía estas con sus sombreros en la mano. Aún con todos esos halagos, me mantuve escéptico y seguí aferrándome a la primera impresión que me dio. Tengo bastante experiencia con eso de hacer caso a la opinión pública e ir al cine seguro de ver algo increíble para, después, llevarme un chasco tremendo (véase Ocho apellidos vascos).

 

Aún con todo el ruido generado, que no estaba siendo poco, seguí con mi indiferencia y ni le di una oportunidad revisando reseñas que pudieran cambiar mi decisión de verla. Tuvo que venir el propio Hollywood, con sus nominaciones a los Oscars, a darme una colleja para que fijara mi vista en el musical.

La La Land había conseguido la friolera de catorce nominaciones para la estatuilla dorada, igualando el récord de Titanic y Eva al desnudo. No me lo creía, ¿cómo era posible que, una película cuya trama podría ser perfectamente la de un telefilm cualquiera emitido las tardes del fin de semana en Antena 3, hubiera dado un golpe sobre la mesa de tan enormes magnitudes? Eso sí que llamó mi atención, debía verla cuanto antes.

 

No quería ir coaccionado, así que rehusé a leer información más allá del nombre del director de tan enorme sorpresa. Aun así, ya iba un poco contaminado, ya que el director y escritor no es otro que Damien Chazelle, quién también escribió y dirigió Whiplash (película que, en mi opinión, debió haberse llevado el Oscar en su momento). Así pues, llegamos a la actualidad. Estoy escribiendo esto justo después de haber visto La La Land, he ido a verla virgen y opino sobre ella también virgen (no he ahondado en nada sobre la cinta antes de ponerme a teclear).

 

La La Land cuenta la historia de Mia (Emma Stone) y Sebastian (Ryan Gosling). Ella es un proyecto de actriz que trabaja en una cafetería situada dentro de los propios estudios de Warner, y él un pianista obsesionado con el jazz, cuyo talento ve desperdiciado tocando simples jingles en un restaurante. A partir de aquí, y durante la primera hora de película, el desarrollo de los acontecimientos es un castillo de naipes construido por un compendio de clichés que Chazelle construye a propósito para después derrumbarlo. El comienzo es el típico: audiciones a las que se llega tarde mientras un café cae en la camiseta por ir deprisa, o rebeliones a pequeña escala porque tienes principios y crees en lo que haces.

 

Aquí haré un pequeño inciso. Con esto de la pequeña rebelión me refiero a una escena (escena en la que ambos se conocen y a la cual llegamos dos veces desde la perspectiva de ambos protagonistas) en la que Sebastian obtiene una segunda oportunidad en el restaurante de los jingles y acaba improvisando una bonita melodía que hace que lo vuelvan a despedir por no seguir las directrices. Él se va enfurecido, y pasa violentamente del halago de Mia, que casualmente es la única en ese lugar que ha sabido reconocer su talento. Hasta aquí es todo  Clichelandia, pero lo curioso de esta escena (y que no pasa de lo meramente anecdótico) es quién interpreta al jefe sin criterio musical: no es otro que J.K. Simmons, ganador del Oscar a mejor actor en Whiplash, por interpretar a un reputado director de orquesta amante de, efectivamente, el jazz. Buen giño del director a la obra que le catapultó a la fama.

J.K. Simmons en Whisplash, película que le dio su primer y único Oscar en 2014.
J.K. Simmons en Whisplash, película que le dio su primer y único Oscar en 2014.

Pero volvamos a donde estábamos. Ha transcurrido ya una hora y la película, aún con las fantásticas canciones y la abrumadora puesta en escena (en mi opinión, con una escena inicial con el mejor travelling de los últimos años en el cine), no es merecedora de catorce nominaciones. Es cierto que la canción de mutua declaración de amor que tienen ambos difiere de las típicas, rechazándose el uno y el otro e incluso afirmando que la vista desde el cartel de Hollwood de todo L.A. de noche “no es para tanto y hay mejores”. Una escena con la coreografía más sencilla de todas las que se ven, pero aun así mi favorita por como sabe jugar con el timing de lo que sucede en pantalla e interactuar con los objetos que hay.

 

De todas formas la cinta, si bien supera a muchas, sigue siendo una desgastada historia de amor donde chico conoce chica. O eso es lo que Chazelle quiere hacernos creer en la primera hora. La verdadera La La Land empieza justo en el momento en el que las demás películas de amor terminan: ella ha dejado a su adinerado y estable novio para irse con el artista de vida bohemia, para vivir el momento y comer perdices. Todos contentos, final feliz y a otra cosa. Pero no, todavía queda toda la segunda mitad de la acción por desarrollarse y la trama va poniéndose más y más seria.

 

 

Sebastian está convencido de todo lo que hace, y nunca renuncia a lo que cree, ni a lo que quiere. Por eso su sueño es comprar un viejo local histórico de jazz, “ahora mancillado por la samba y las tapas”, y devolverle su esencia y dignidad. Mia es contagiada por ese espíritu, y comienza a escribir su propia obra de teatro, si Mahoma no va a la montaña…

Escena en la que tiene lugar la canción declarándose su amor.
Escena en la que tiene lugar la canción declarándose su amor.

En medio de esa efusiva carrera por conseguir sus sueños, Sebastian decide pararse a descansar y unirse a un grupo cuyo futuro es exitoso, pero cuya música no encaja ni de lejos con el perfil del protagonista. Como otro dato curioso más, he de decir que el líder de ese grupo de calado comercial, es interpretado por el cantante John Legend. Un artista que se hizo a sí mismo y comenzó componiendo y auto-publicándose su propios álbumes, otro giño irónico del director. Pero volvamos a lo que nos interesa. ¿Por qué Sebastian decide unirse a ese grupo? Pues por miedo a decepcionar a Mia, por no hundirse económicamente y no fallar. Aquí está el quid de la cuestión. El verdadero mensaje que transmite la película. ¿Qué eliges? ¿Una vida en la que sigas tus principios y hagas algo que te represente y que de verdad ames, o una vida de éxito en la que por fin la gente quiera oír lo que haces y tu talento sea reconocido?

 

Sebastian elige la segunda opción, sufre un cambio significativo que pone las cosas muy turbias entre él y Mia. De repente le importa que a la gente le guste lo que haga, de repente le da igual qué hacer con tal de ser exitoso. Quizá la frase que mejor defina en lo que llega a convertirse Sebastian en un momento de la historia, sea la que él mismo le dice a Mia: “Quizá te gustaba cuando era un fracaso porque te sentías mejor contigo misma.” Él había cambiado la forma de ver el mundo de Mia, y también él le acababa de decir que se pusiera gafas, que el mundo no lucía así.

 

La historia sigue y Mia hace su obra de teatro. Nadie va a verla, solo un puñado de personas cuya mayoría son sus amigas. Está destrozada, ni siquiera Sebastian ha ido a verla, tenía un compromiso que no recordaba con su grupo. Llegados a este momento ella decide acabar con todo. Durante los días en los que ambos están separados, Sebastian reflexiona, y una llamada por equivocación de una directora de casting a su teléfono preguntando por Mia, es el desencadenante final que hace que vuelva en sí y quiera ayudarla a conseguir ese papel en una importante película.

 

Lo consigue. ¿Y ahora qué? Él tiene la gira, ella la película (que para colmo se graba en París). Y entonces llega la parte final, la que hizo que al menos supiese por qué está nominada a mejor película en los Oscars.

 

Pasan cinco años. Ella se ha convertido en una actriz de gran fama y éxito. Ahora tiene una casa más grande, tiene un hijo, admiradores, y hasta su cara en las paredes. Pero no tiene a Sebastian. Está con otro hombre, su lucha por compaginar trabajos y amor parece que no resultó.

 

Por cosa del azar (o del destino), ella y su marido se meten en un atasco y deciden desviarse por otro camino e ir a cenar. A la salida escuchan música, música que les atrae. Es jazz. Ambos entran y, sí, es el local de Sebastian. Al final ha logrado su sueño.

 

La escena final es la mejor escena de toda la película. Comienza a tocar la canción que empezó aquella vez, en el restaurante de los jingles, cuando chocó violentamente pasando de Mia, cuando se conocieron. Durante toda la canción se va viendo un transcurso de acontecimientos (maravillosamente desarrollado técnicamente) si Sebastian hubiera decidido no entrar en ese grupo, si se hubiera mantenido firme a sus convicciones y no hubiera renunciado a lo que era y lo que creía. Sí, es verdad que solo lo hizo durante un tiempo, pero fue tiempo de sobra para que todo se truncara. Sin embargo, en esta historia alternativa que vamos viendo, ambos han conseguido sus sueños, igual que ahora, con la sutil diferencia de que el hombre que está sentado al lado de Mia, escuchando esa canción en ese local que antes fue mancillado con la samba y las tapas, es Sebastian. Sebastian y no otro.

 

La canción termina. El público aplaude. Mia y su pareja se levantan, ella se dirige a la puerta. Se da la vuelta. Ambos se miran. Se sonríen. Saben que han conseguido sus propósitos en la vida, pero también saben que esta la podrían haber pasado juntos, y no será así.

 

La La Land  nos da una hostia en la cara. Nos priva de ese final feliz, nos aleja de lo convencional y lo previsible. Porque La La Land no es una película de amor, ni siquiera pretende hablar de él. La La Land es una película que nos cuenta cómo el llegar al éxito rápido y de una forma en la que renuncies a tu esencia y tus principios, te puede salir caro personalmente. Te dice que nunca renuncies a lo que crees, que perseveres, que aunque a la obra de teatro, en la que has estado meses trabajando, solo vayan tus amigas, puede que entre el público restante haya alguna directora de casting que te vea y te contrate.

 

El guion (como todos los que Chazelle escribe) es increíble. Solo por la escena de la cena, en la que Sebastian le suelta la frase que he mencionado, la película merece ser vista. Es eléctrica, incesante, no te da un respiro, no permite descansar. Y lo mejor de todo es que lo hace bajo unos escenarios y una banda sonora inmejorables.

 

Y es que, amigos y amigas, nunca hay que juzgar un libro por su portada. Porque bajo esa premisa desgastada de telefilm que yo creí ver, se escondía una de las mejores películas de los últimos años, y una historia de motivación personal apasionante. ¿Se merece catorce nominaciones a los Oscar y haber arrasado en los Globos de Oro? Dejaré que sean ustedes los que juzguen eso, yo ya he opinado lo suficiente.

 

 

 

Solo me queda decirles, que La La Land es una de esas películas que cada vez que la ves, encuentras cosas nuevas. Así que seguramente este artículo quedé totalmente desprestigiado por mí mismo al tercer o cuarto visionado de la cinta. Pero, como diría Sebastian, ¿a quién le importa?



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Comentarios: 2
  • #1

    sex dziwki (viernes, 08 septiembre 2017 15:43)

    didaskaliowy

  • #2

    sex dziwki (miércoles, 13 septiembre 2017 09:09)

    rogóżka