De Ramón Castro
Moles está de vuelta. Estos días estuvo en casa de Celquisio arreglándole la cocina. No es que Moles sea apañado. Es que, antes de andar por aquí cerrando balances, se ganó la vida instalando encimeras y algún que otro cacerolero, de esos que deslizan tan bien, despacito y sin un ruido. Celquisio sigue viviendo en el mismo apartamento. No se ha cambiado ni mucho menos se ha comprado otro. Pero la semana pasada marchó de casa sin apagar la vitro y cuando volvió de comprar del venticuatro, tenía más de un problema. Moles no dudó en irse con él, no sin antes consultarlo con Fengaro. No puso reparos. Así, pensó Fengaro, descanso de Moles y de sus dietas agresivas basadas en carnes de seres vivos asesinados. Fengaro, vegano sensibilizado con el paradigma del desarrollo sostenible, pudo volver durante una semana a respirar entre verdes, ver rojos tomates, pimientos en asadillo, acariciar esas coles que tanto detesta Moles y comer sin compasión de lo que la madre Tierra nos regala sin pedir nada a cambio. Con Moles tan cerca de Celquisio, no dudó Guiperto en acercarse a ver a Fengaro. Así, con una mano apoyada en el marco de la puerta y la otra en uno de los bolsillos de sus chinos, lució su gran sonrisa, esperando algo más que un pasa de quien fue, durante tantos años, el amor de su vida. Fengaro, aunque lúcido, se encontraba en estadios desconocidos, seguramente por la inusual vuelta a sus costumbres veganas. Extasiados, recordaron, él y Guiperto, viejas recetas donde casi todo menos la sal y el agua estaba prohibido. Respetaron a Madre y bebieron vino durante días, mientras Moles encajaba las guías de las cajoneras al tiempo que escuchaba el chisporroteo de un solomillo apenas pasado por el calor de la nueva vitro que Celquisio había adquirido por ser el último grito en cocinas indestructibles. De esta guisa anduvieron los cuatro, acuchillando carnes y cortando a juliana vegetales que, de haberlos dejado vivos, hubieran traspasado su energía vital de Madre a Animal, para acabar, de un modo u otro, volviendo a ser alimento para una tierra cansada de dar, rotada en barbecho, explotada y pateada, incluso cimentada en los años que fueron del 2000 al 2007. Celquisio ha aparecido hace unos instantes por la oficina. Lleva el uniforme, bonito, limpio, azul. Con esas medallas tan bonitas, parece un marinerito aunque por sus ojos, más bien se adivina un lobo que busca terminar de comerse a Moles mientras Guiperto y Fengaro han pedido unos días de baja para encontrarse de nuevo en el huerto que nunca debieron abandonar.
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