Palabras encadenadas

De Rocío Moreno

 

Me pareció una idea interesante el preguntarle a distintas personas la primera palabra que se les pasase por la cabeza (palabras en negrita) para así juntar todas y cada una de ellas en un pequeño relato. Y este es el resultado:

Abrí el frigorífico con la esperanza de verlo repleto de comida, pero la imagen del melón y el pepino como único alimento me devolvió a la realidad. No me quedaba otra opción. Eso sería mi cena, no estaría tan mal si me imaginaba que era una hamburguesa.

 

Después de mi magnífico banquete, mis ojos comenzaron a cerrarse por el cansancio, no tanto físico como psíquico.

 

El frío fue mi despertador al día siguiente y mi primer pensamiento fue el deseo de conseguir un somier, pero eso era demasiado pedir. Me vestí y salí a la calle. Nevaba y toda la ciudad tenía una imagen de pureza que se marcharía cuando acabase la Navidad.

 

Anduve hasta llegar al hospital y me armé de valor para entrar. El hecho de pasar allí la mayoría de días hacía que inevitablemente te fijases en las ilusiones y miedos de los pacientes.

 

Luis se aferraba a su jirafa de peluche y soñaba con la idea de escapar algún día de ese zoo que los encarcelaba. Antonia, en cambio, arreglaba los desperfectos de un tapete que un día vivió mejores tiempos al igual que ella. Por otra parte, Sonia se refugiaba en el rap porque esas canciones decían todo lo que ella nunca se atrevería a decir. Y al final del pasillo por fin lo vi. Samuel, mi Samuel. Era inevitable echar la vista atrás y recordar aquellos días en lo que todo había sido más fácil. Aún puedo ver al camión de mudanzas cargado con todas nuestras pertenencias, ahora convertidas en dinero para hacer frente a las facturas médicas, e ilusiones. Teníamos tantos sueños que se convirtieron en pesadillas… El médico me despertó de mis ensoñaciones. Me comunicó que el encéfalo de mi marido estaba gravemente dañado por el tratamiento basado en la electrocución. Irónico, lo que tendría que haberlo salvado lo estaba matando. El médico abandonó la sala y con él se fue también mi esperanza. 

 

Samuel se entretenía arreglando unos cachivaches y yo no podía parar de mirarlo envidiando su capacidad de evasión. Paró y me dijo que no llorará, yo ni siquiera sabía cuándo había comenzado a hacerlo. Las lágrimas no me dejaban ver bien, pero era capaz de leer en sus labios como no paraba de decirme que me amaba. Sólo nos teníamos el uno al otro y pronto también perderíamos eso. Me pidió que me durmiese junto a él y pude ver en su mirada que me pedía otras muchísimas cosas más que no era capaz de decir. Me tumbé junto a él y nos adentramos en un sueño del que jamás podríamos despertar.

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