De Ramón Castro
Tengo un chaleco marrón en el armario. Estaba escondido. Es que es tímido y tiene vergüenza. Se sabe pasado de moda y no quiere llamar la atención bajo ninguna circunstancia. Así, ordenando las perchas, corriéndolas violentamente de un lado a otro, la dinámica del Universo ha querido que todo se detenga para que él y yo volviéramos a mirarnos de frente. No me atrevo a escribir lo que he sentido al ver esas hebillas y creo haber oído un alarido por su parte al reconocerme, veinte años después. Cuánto tiempo, compañero. Te recuerdo protegiendo una camisa blanca, conjuntado con mis vaqueros de la suerte, sin perder jamás el optimismo ante aquellas noches de Código y Archie, que finalmente resultaban desiertas de carmín y repletas de abrazos que aún se sienten de lo intensos que fueron. Te recuerdo, con pudor, acompañando a mis calzoncillos mientras gritabas un por Dios que alguien acueste a mi dueño, por favor , un placaje para que deje de bailar de esa forma. Hoy tengo que decirte que te reconozco, pues me trajiste de vuelta, más que recuerdos, vivencias. Señor chaleco. Marrón, de toda la vida.
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