De Ramón Castro
Mercedes vive en el campo. Se mudó en el dos mil siete y, desde entonces, disfruta de piscina y verde césped. No le hace falta nadie, ni siquiera un jardinero que corte los setos o mantenga vivos los tonos de las macetas. Ella misma se encargó de pintar de azulete el zócalo que acoge geranios y rosales y se cuidó mucho de instalar un programador que hace las veces de marido cansino a la hora de regar. Dos pastillas diarias de cloro y un chorrito de antialgas mantienen las aguas cristalinas del vaso central que preside el jardín. Eso sí, una vez a la semana, mide el ph y, si es necesario, lo corrige con las gotitas adecuadas. La máquina cortacésped se averió en el dos mil diez, así que es Chema quien se lo presta. No le cuesta mucho porque vive al lado y cada vez que lo trae vuelve a explicarle su funcionamiento. Chema es un hombre apuesto y generoso pero Mercedes no ha querido traspasar la línea que hay más allá del aparato a gasolina que ensordece al vecindario una vez al mes. A Chema, en cambio, sí que le gustaría.
Mercedes no tiene perro. Le recordaría a alguien a quien le costó años meter en la nevera y no está por la labor. Menos aún sacarlo de paseo, no al de la nevera digo, sino al perro. Además, coincidiría con Chema y acabarían en la playa, paseando descalzos con las zapatillas en la mano, mientras los perros vecinos corren por la orilla, tintada de naranja por un sol que ya se pone. Idílico, piensa Mercedes mientras su cerebro racional le asegura que aquello no duraría demasiado. En poco tiempo volvería a tener otro paquete que meter en el congelador, otro cansino resoplando mientras corta el césped, quejándose del agua verde de la piscina, mientras ella, en la playa, pasea a dos perros que ya de tanto verse no tienen ganas ni de ladrar a la espuma blanca que se filtra por la arena.
Acostada en su tumbona, con los ojos cerrados, Mercedes sonríe mientras el calor de mayo seca las gotas de agua sobre su piel, de moreno incipiente. De fondo, el cortador de Chema ruge en el jardín de la vecina. Con mucho gusto, tendrá que comprar uno.
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