El Big Mac con olor a naranja y sabor a libro nuevo

De Jesús García

 

- Son cinco con cincuenta, caballero. Señor, ¿me está escuchando? Son cinco con cincuenta.

 

 - Ah sí, lo siento. 

¿Qué me acaba de pasar? Joder, me he quedado totalmente embobado delante de la caja registradora. Este chaval debe haber pensado que soy estúpido. ¿Habrá sido por lo mal que estoy durmiendo? Es verdad que llevo unos cuantos días en los que la conciliación del sueño es un desafío para mi cerebro, pero de ahí a volverme completamente idiota en una situación como esta hay un largo camino. Quizá haya sido por aquella chica del pantalón verde. ¿Cómo que quizá? Está claro que ha sido por ella, no sé por qué estaba intentando convencerme a mí mismo con la excusa de mierda del sueño. Qué guapa es. ¿Cuál será su nombre? Qué más da, jamás se fijaría en alguien como yo. ¿Cuántos años tendrá? No parece muy mayor, espero no estar pensando de esta forma siendo ella demasiado joven. No creo, se la ve segura y decidida, tiene las formas y la manera de actuar de alguien que ya no es tan joven. Me encantaría acercarme y decirle algo, pero estoy convencido de que me voy a quedar petrificado. Mejor será pasar a otra cosa y olvidarme de esto, no tiene ningún sentido. Será mejor que vaya al trabajo, no sé qué hago.

 

Ya llego quince minutos tarde, y Ramírez no es de los que dan una palmadita en la espalda diciendo que espera que no se vuelva a repetir. Cogeré los pañuelos que tengo en la guantera del asiento de copiloto, no soporto cuando grita y le salen esos misiles de la boca. Qué asco me da el tío. Si no fuera por el alquiler, ya habría dejado de obedecer sus órdenes hace tiempo. Me encantaría montar una imprenta. En realidad no es un negocio que me apasione ni que me llame la atención, pero desde pequeño me vuelve loco el olor de las páginas de los libros. Ese regustillo a nuevo, ese aroma que únicamente desprende un papel  el cual ha sido cuidadosamente elaborado, al que le han dedicado tiempo y esfuerzo en su creación. Quizá vendan frascos con esencia a página de libro nuevo, sería fantástico. Tendré que mirarlo en Google. Como avanza la tecnología…

 

- Caballero, ¿sería tan amable de abandonar la cola? Hay gente esperando.

 

- Claro, disculpe nuevamente, no sé qué me pasa. Perdón a todos, ya pueden pedir su comida.

 

- ¡Pero qué dice este tío de comida! Quítate de una puta vez de en medio, que tengo frío.

 

- Recluso 550, apártese de ahí y vaya directo a su celda, es la última vez que se lo repito.

 

Otra vez me he quedado mirando las musarañas. Ya me lo decía mi madre: el mundo se divide en dos clases de personas, las que son capaces de concentrarse, y las fracasadas. Y qué razón tenía, porque no podría estar impregnado de más fracaso. No hay más espacio en mi ser, está todo ocupado.   

 

Mierda, este maldito uniforme es incomodísimo, tengo el paquete embutido aquí dentro. Creo que me han dado una talla de menos. Además no podría ser más feo, odio el naranja. Para colmo, el olor que inunda el pasillo debe ser lo más parecido al que tiene la casa del tipo del tridente, me están entrando ganas de vomitar. Ojalá haya una biblioteca aquí, mi nariz no soportaría esto las veinticuatro horas del día. Hablando de nariz, se me ha olvidado comprar los pañuelos en el economato. Joder, y el jabón también. Pero antes debo ir a instalarme y a pasar la revisión, ya me han dicho que el médico no es muy amigable, espero que no grite. Odio que me griten. Después iré al economato sin falta, siento cómo los gérmenes penetran en mis poros. Ya me los imagino con sus mini banderitas de gérmenes, colonizando y sometiendo a esclavitud a mis pobres glóbulos. Tranquilos, pronto iré al rescate.

 

- ¡Por favor, no me hagas daño! Te daré lo que sea, ¿quieres dinero? Llama a mis padres y pide un rescate, tenemos mucho dinero, te lo darán sin oponer resistencia. ¡Eh! ¿Me escuchas? Por favor…

 

- Perdona, estaba pensando en otra cosa.  ¿No notas un ligero olor extraño en el ambiente?

 

- Yo… Yo no huelo nada.

 

- ¿Seguro? Vale, probaré otra pregunta a ver si pillas la indirecta. ¿Sabes lo que es esto?

 

- Sí.

 

- ¿Puedes decirme qué es?

 

- Una mesa.

 

- Muy bien, veo que eres avispada. Siguiente pregunta concursante. ¿Qué hay en esta mesa?

 

- ¿La caja de un Big Mac?

 

- Joder, ¿de verdad estás dudando? Hay una puta “m” amarilla enorme, claro que es la caja de un Big Mac. Concretamente de tu Big Mac. Y no te lo has terminado.

 

- Es que no tenía más hambre, lo siento.

 

- No me vale esa disculpa. Compro un Big Mac para mí y tengo el bonito gesto de cedértelo, y vas y lo dejas a medias. Joder, me gasté cinco con cincuenta. ¿Tú sabes cómo está ahora la economía en este país? Cinco con cincuenta por una hamburguesa de mierda es una salvajada. Y tú, señora Noteníamáshambre, te dejas la jodida mitad.

 

- Lo siento…

 

- ¡Qué no quiero una puta disculpa! Bueno, da igual. Eso no es lo que más me molesta. Lo que más me jode de todo son las hormigas que han venido a comerse lo que tú no has querido. ¿Y por qué han venido? Porque dudo mucho que las hormigas sean clientes habituales de McDonalds y al verlo hayan acudido. No joder, ¡han venido por el puto olor de la hamburguesa! Porque encima de ser una desagradecida, eres una guarra de mucho cuidado. ¿Cuánto lleva la caja aquí? ¿Dos semanas? ¿Tres?

 

- Estoy atada…

 

- ¡Me importa una puta mierda cómo estés! Maldita zorra egocéntrica, siempre hablando de ti… ¡Joder! Imagínate que todo esto se llena de hormigas. ¿Sabes cuánto me costaría sacar a todas de entre las páginas de los libros? Porque tendría que matarlas, claro está. No me gustaría nada que un día me acercarse a alguna de estas estanterías, cogiera alguno de estos libros, y en alguna de esas páginas me encontrara una hormiga danzando a sus anchas. Así que vuelve a ser tan irresponsable y te…

 

- Está bien, no lo volveré a hacer, lo prometo.

 

- Eh, pero no llores… Oye, mira, de acuerdo. Ya está, olvida lo del olor. Yo mismo voy a ir a tirar la caja, tranquila. Pero, por favor, no llores. No me hagas esto pequeña.

 

- Ya paro…

 

- Mira cómo te has puesto de lágrimas la camiseta… Menos mal que es naranja, ya más horrenda no podía quedar. Ay, no pretendía decir que vistes mal, perdón. La verdad es que, quitando la camiseta, tienes buen gusto. Me gustan esos pantalones verdes, ¿dónde los has comprado?

 

- ¿Estos pantalones?

 

- Sí, son preciosos.

 

- En Primark.

 

Me encanta Primark, la parte de chicos obviamente. Esa tienda tiene de todo. Hay mucha controversia con respecto al origen de las prendas que venden. Pero es que es todo tan barato y tan abundante que debo tragarme la culpa, no está el país como para ir vistiendo camisas de cien euros. De todas formas, el otro día vi en internet un documental sobre las fábricas textiles en los países subdesarrollados, y no se salva ni una sola empresa. Así que, puestos a comprar ropa hecha por personas explotadas y en condiciones precarias, pues compramos la ropa hecha por personas explotadas y en condiciones precarias más barata. En mi ciudad solo hay un Primark, y me pilla bastante lejos de casa. Por eso, cuando voy, me llevo media tienda. A pesar de que, para mí, la localización de la tienda está muy mal ubicada, en general es ingeniosa y práctica. Está justo en frente de una comisaría de policía. Y no es mala idea, siendo que al cabo del día pasa un montón de gente ahí dentro y, por pura estadística, tienen que pillar a algún que otro ladrón. Los pillas, los llevas en frente, los dejas una noche en el calabozo, y te quitas a un estorbo de encima para siempre. No sé de quién habrá sido la idea, pero desde luego deberían subirle el sueldo…

 

- ¡Eh! ¿Estás escuchando lo que te estoy diciendo? ¡Deja de mirar por la ventana y presta atención!

 

- Lo siento agente, es que estaba mirando el…

 

- ¡Me da igual! Ahora quiero que prestes atención. ¿De acuerdo?

 

- De acuerdo.

 

- Bien. Los médicos dicen que puedes sufrir una enfermedad mental. Así que respóndeme a esto. ¿Te acuerdas de haber hecho tales cosas?

 

- Recuerdo que la gente de la cola estaba bastante enfadada, porque por mi culpa estaban esperando demasiado. Debí haberme quitado antes.

 

- ¿Pero qué coño dices? No estoy para bromas, joder. Mira, seré claro, te pueden caer 30 años por esto, necesitamos que nos digas si te acuerdas de algo. La condena puede reducirse mucho si se alega enfermedad mental, y a falta de la confirmación del diagnóstico de los médicos, tu colaboración es imprescindible. ¿Recuerdas a la chica? ¿Recuerdas lo que le hiciste? Joder, abre la maldita boca. Vamos, ¿tienes algo que decir?

 

- Sí. Agente, ¿podría traerme un paquete de pañuelos? 

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Comentarios: 1
  • #1

    Ramón (martes, 19 abril 2016 20:21)

    Brutal. Frenético. Me encanta.