Tres bolsas y dos sospechosos

De Ramón Castro

 

A medida que transcurren las horas, se siente peor. Los nervios se apoderaban de su razón tras cometer el crimen y poco a poco es consciente de que todo lo planeado se viene abajo. Primero, Lucas, el vecino jubilado del tercero, que no se marcha a dormir a casa de su hija como de costumbre y ve cómo arrastra las bolsas donde bajaba el cadáver a trozos hasta el coche. Después, el maldito mando de la cochera, que se quedaba sin pilas y hacía necesario abrir la puerta manualmente, despertando al resto del bloque.

Lo ocurrido en el garaje hizo que olvidara guardar las más mínimas precauciones en la conducción. Volvía a llamar la atención con dos adelantamientos imprudentes que le costaron sendas pitadas y ráfagas de largas por parte de un camión y otro turismo. El coche tampoco ayudaba. Un descapotable rojo a las tres de la mañana a toda velocidad sería fácil de recordar.

 

Todo aquello no dejaba de dar vueltas por su cabeza. Hubiera sido fácil asumir los errores cometidos, evaluar la situación con las nuevas condiciones y concentrarse en no cometer más fallos. Sin embargo, no fue capaz. Cada decisión que tomaba estaba fundamentada en la equivocación inmediatamente anterior. Estuvo a punto de detener el coche en un par de ocasiones y dejar las bolsas allí mismo. También pensó en entregarse y terminar con todo. Al fin, llegó al lugar planeado. Allí esperaba impaciente la persona culpable de todo. Discutieron violentamente hasta que sonaron dos disparos y todo cesó de repente.

 

Con la luz del día, comenzamos nuestro almuerzo con un triple crimen del que aun no se conoce la historia completa. Las autoridades filtran lo justo y, desde el juzgado, han decretado el secreto de sumario. En unos días sabremos algo de nuestros confidentes. De momento tenemos material suficiente para montar varias historias con la escena del crimen. Una chica de treinta y cuatro años que aparecía con un tiro en la cabeza muy cerca del cadáver de su novio, desmembrado y repartido en tres bolsas arrojadas en un barranco en el que también yacía el jefe de ambos, que parecía haber muerto de un disparo en el corazón.

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