De Ramón Castro
Marcos ha olvidado ciertas palabras. No sabe cómo ocurrió ni conoce el porqué de esta desgracia. Fue así, de pronto. Y no es que él nos lo haya contado porque “de pronto” fue la primera palabra que olvidó, y es que cosas así no suelen pasar poquito a poco sino de golpe, de repente. Que, dicho sea de paso, también es otra palabra que ya no pronuncia. “De repente”. Así que lleva días sin salir de su cama, atrapado en una inercia miserable que lo mantiene entre las sábanas sin que, de repente, le entren ganas de levantarse, de desayunar, de ver a los amigos, de ser amable con su hermana, por una vez. Nada. Lo llamas y no te contesta porque también olvidó el carácter y significado de la palabra “respuesta”. El pobre Marcos, acostado y vegetal, emparedado como una milhoja sin que nadie pueda rescatarlo.
Esta mañana, su madre ha venido al instituto y nos ha contado que, de seguir así, lo intubarán y le pondrán una vía para alimentarlo. Ni siquiera llora o ríe. Su cerebro, a eso de las ocho y media, olvidó otra palabra, “hambre” y va camino de olvidar muchas más, según ha manifestado el cuerpo médico que se ocupa de su extraño caso. Todos estamos muy tristes, hasta Isabel, que salió con él un par de días y luego lo dejó por cansino, que lo era, pero oye, que esto no se lo deseas ni a tu peor ex.
Dos horas después, nos enteramos que se lo llevan a un centro especializado, donde asisten a gente como él, que olvida las cosas sin remedio. Tiene un nombre muy raro y lo cierto es que no recordamos la ciudad donde está, así que supongo que terminaremos olvidando a Marcos, de la misma forma que él nos olvidó a nosotros y a su familia.
Al llegar a casa, mi hermano me ha contado que hubo revuelo en el barrio. Se lo llevaron poco antes de las tres, en una ambulancia privada con las luces puestas y la sirena muda; muda como él, mudo también el enfermero y el chófer. Enmudecidos todos. Así es como mejor suena el olvido.
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