Otro día más

 De José Manuel Molina

 

Me levanto y voy a la cocina. El desayuno está preparado y tiene una pinta deliciosa. Papá y mamá han hecho tortitas con sirope de caramelo. Mis hermanas acaban de despertarse. Las dos lucen un cabello precioso. Sin duda, son la envidia de todo mi barrio. Mis padres suben al piso de arriba. Comentan que nos tienen preparada una sorpresa a mis hermanos y a mí. ¡Que intriga! Estoy ansioso por saberlo. Una de mis hermanas, no recuerdo cuál, me pregunta:  

—¿qué tal has dormido? 

—Genial. Conseguí conciliar el sueño enseguida gracias al sonido relajante de las olas del mar. —contesté.

Me encanta mirar por la ventana mientras desayuno. Me relaja ver el hermoso cielo azul y a mis vecinos recogiendo el periódico o sacando al perro a pasear. Creo que la felicidad se encuentra en lo sencillo, en lo austero. Tengo una vida sencilla y feliz porque he sido libre de poder elegirla. Elegir es lo que realmente me hace feliz.

 

¡Vaya! Se escuchan a mamá y papá bajando las escaleras. Los dos cargan unas maletas. Mis hermanas y yo nos quedamos con cara de asombro sin saber muy bien lo que pasa.

—Hijos míos, coged vuestras maletas que nos vamos de vacaciones otra vez.

¡Cómo es posible! Hace menos de un mes que acabábamos de volver de una casa rural. Estoy emocionado. 

—¿A dónde será esta vez?— dije con énfasis.

Justo en ese momento, entra mi hermano por la puerta cantando con una sonrisa dibujada en el rostro. Lleva un racimo de flores y nos da una a cada uno.

 

Otro día más me levanto y voy a la cocina. El desayuno está preparado. Mamá ha preparado un vaso con un poco de leche. Mis hermanas acaban de volver de trabajar. Las dos llevan el mismo pañuelo sucio que les rodea la cabeza. Mi padre entra corriendo por la puerta y rápidamente sube al piso de arriba. No le da tiempo a decir ni una palabra. Mi hermana Samira me pregunta si he dormido bien esta noche. Inclino la cabeza en gesto de negación. Tal vez fuera por el temblor del techo o por el estruendo de las bombas, pero mis ojos no consiguieron cerrase.

 

Intento no mirar por la ventana mientras como lo único que podré comer en todo el día. Evito contemplar a mis vecinos. Probablemente se encuentren recogiendo los cadáveres de sus mujeres o intentando sacar a sus hijos de entre los escombros. Creo que la felicidad se encuentra en lo sencillo, en lo austero. Pero mi vida es compleja. No he podido elegir otra. Tal vez elegir me hubiera hecho feliz.

 

Papá y mamá bajan las escaleras sosteniendo unas bolsas con un poco de ropa y alimentos. Mis hermanas y yo nos levantamos de la mesa. Los tres sabemos que nos tenemos que volver a ir. Cogemos aquel equipaje, si se le puede considerar como tal, y nos disponemos a salir de casa. Justo en ese momento, entra mi hermano por la puerta. Sostiene entre sus manos una AK-47. Se ha vuelto loco y empieza a gritar y a disparar por todas partes. Me escondo rápidamente y veo, desparramada por el suelo, la sangre de mi madre, de mi padre y de mis dos hermanas. Cuando cesa el sonido de las balas, la casa se queda en total silencio. Escucho el crujido del suelo ocasionado por los pasos de mi hermano. Noto como sus pisadas se va acercando. Se pone en frente de mí y me apunta con el arma. Parecía confundido. En aquel momento, lo único que sabía era que aquel ser, al que le habían lavado el cerebro, no era mi hermano. En menos de una milésima de segundo escucho un ruido estrepitoso. Todo se quedó negro. Todo se había acabado. Por lo menos, tengo el alivio de que jamás volverá a haber otro día más.

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